Aunque en los tres días que van del Domingo de Ramos al Jueves Santo ocurren históricamente muchas cosas importantes, nada se refleja en la liturgia, que se reserva para los tres días siguientes.
El Jueves Santo presenta a un Cristo que establece la Eucaristía (Ave verum), que va al Huerto de los Olivos y reza por tres veces al Padre (Pater noster) y establece el amor y el perdón como norma de vida (Wash me troughly, lávame de arriba abajo).
El Viernes Santo, junto a Cristo, hay otros protagonistas: el pueblo que lo crucifica (Popule meus), Cristo que agoniza (Eli! Eli!), el dolor de una madre (Stabat mater) y el pueblo creyente que adora la cruz (Adoramus te, Christe).
El Domingo de Resurrección sirve de contrapunto al Domingo de Ramos: la entrada triunfal en Jerusalén simboliza y anticipa la entrada de Cristo en la Jerusalén celestial. La gloria abre y cierra la gran semana de pasión (Alleluia, Amen) y la alegría de la resurrección permanece en la alegría de los hombres (Jesus Bleibet)
¡Feliz Pascua de resurrección!
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